Antes que nada, hago mías las palabras de varias autoridades mapuches como Lonkos, Pillan Cuyé, Werkenes, Peñis y Lagmienes:
“LA RAM… (la conocidísima organización que los medios aliados a Bullrich mencionan cada vez que necesitan estigmatizar un poco más al pueblo mapuche o distraer al público por alguna represión ilegal por parte de las fuerzas federales…) NO EXISTE.”
Es una política muy antigua, inventar un monstruo inhumano que justifique avanzar a sangre y fuego sin ninguna justificación ni límite sobre quienes intenten resistir el despojo. Tan antigua y difundida es que el Estado moderno argentino se construyó de alguna manera con la ejecución de esta política, que permitió anexar territorio y financiar la formación del ejército de línea en base a un genocidio e intento de etnocidio fundamentado con la estigmatización.
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Luego esa política se universalizó y golpeó a la población que sí vivía dentro de las fronteras del Estado, persiguiendo a obreros, inmigrantes, criollos y todo colectivo que cuestione su idea supremacista del ser argentino: macho, blanco, europeo, occidental y cristiano.
Así fue en el final del siglo XIX con los pueblos originarios, así sucedió durante todo el siglo XX con inmigrantes, obreros, peronistas y “zurdos”, y así está consolidándose en las primeras décadas del siglo XXI con pobres, negritos, kukas, diversidades y mujeres.
Una práctica que no debería sorprender a nadie porque se repite de manera cíclica, y de una forma similar a grandes rasgos, necesitando tener algún tipo de consenso o verosimilitud en algún punto de la cadena.
Tampoco sorprende que monten dispositivos de sentido que apabullen el discurso público, sometiéndolo. Lo que sí cuesta entender es cómo muchos dirigentes, partidos políticos, medios, intelectuales y colectivos no logran ver venir la cosa e ignoran —no todos— a las víctimas de los inicios de cada ciclo. Las políticas de estigmatización, persecución y muerte te van a llegar de todas formas porque la binariedad del esquema proyecta que solo podés ser víctima o victimario, sin grises ni medias tintas.
Es difícil entender también cómo, por el miedo a “quedar pegados” o por una evaluación estética estratégica, no se enfrentan estos ciclos de exterminio desde el inicio. Más sabiendo que la única forma de detenerlas es cortarlas con firmeza desde que empiezan a darse los primeros síntomas de cada ciclo, evitando que avancen ni un milímetro, tanto en la justicia como en su poder disciplinador, que es el discurso público.
Volviendo a esta etapa en curso, con Jones Huala falsamente internalizado en el imaginario popular como jefe de un grupo terrorista a partir del bombardeo propio y el silencio de los otros medios por temor a ser incluidos como cómplices del estigmatizado, y confirmando la efectividad del procedimiento, pareciera que la represión avanza a una próxima etapa.
Esta etapa tiene como objetivo extender el discurso único, desaparecer las otras voces y mantener a gran parte de la población despojada de derechos, capital y poder de compra.
Es decir, el poder, como siempre, intenta volver a una sociedad monocultural, monolingüe, monotributista, monocorde y monocultivada —podríamos decir, casi mononeural.
Para ello, ya se dejan ver persecuciones y detenciones por portación de ideología, por pertenencia a colectivos culturales, políticos o sociales que promueven otros valores y otras miradas no supremacistas, o simplemente por ser seguidores de quienes intenten solo una mejor repartija de los recursos para que las grandes mayorías puedan al menos sobrevivir con dignidad.
Así las cosas, ahora se empieza a ver la intención de avanzar en la parte concreta del plan, persiguiendo con jueces, fiscales, medios y policía a diversas organizaciones kirchneristas, como alguna vez empezaron a perseguir mapuches, kollas en Jujuy y otros pueblos, ejecutando lo sembrado previamente en el sistema de medios con el estigma social.
A esta altura de la soirée, y solo con enumerar hechos históricos de esta confrontación entre una oligarquía vaga, cipaya, totalitaria y xenófoba desde la misma independencia de 1810, se ve claramente que no es escondiéndose ni desentendiéndose de los temas como vamos a lograr parar esta nueva oleada deshumanizada que no tiene ningún temor en avasallar vidas, culturas y dignidades.
Solo necesitamos perder el miedo al qué dirán y juramentarnos que cuando llegue la etapa de los escombros de las instituciones, quememos los planos y no volvamos a reconstruirlas con el plan original, ya que es este mismo plano el que nos trajo hasta acá, una vez más.
ElDestape