El fallecimiento de José “Pepe” Mujica, el martes pasado en su chacra de Rincón del Cerro a los 89 años, golpea fuerte muchos frentes. Principalmente, deja un vacío difícil de llenar en la política latinoamericana, a la que marcó como nadie con una filosofía de vida que trascendió las fronteras del Uruguay y lo instaló como un símbolo global de austeridad, coherencia y compromiso con los más humildes.

Sin lugar a dudas, Mujica marcó varias épocas, varias generaciones  y se ganó un lugar protagónico en la historia de la región. Pero en el fondo de la despedida regional que se desplegó en las últimas horas se destacó una figura que acompañó y compartió gran parte de su recorrido político y también personal. Un político de un país vecino que el martes no solo perdió un colega, sino una amistad entrañable. Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, lo despidió con palabras que sintetizan décadas de lucha compartida: “Mi gran amigo Pepe, aquí seguiremos con miles de brazos en la lucha por un mundo más justo”.

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Aunque nacieron en países distintos y vivieron contextos diferentes (aunque con muchas similitudes), Mujica y Lula construyeron una relación marcada por la lucha política, la experiencia del encierro en prisión y un mismo horizonte de justicia social para América Latina. Pablo Cohen, el último biógrafo de José Mujica, le contó a El Destape que la presencia del brasileño era permanente en la intimidad de la chacra de las afueras de Montevideo: “El tenía un ‘lulita’ chiquito en la casa, como un ícono. Tenía pocos íconos, uno de Manuela, su perra de tres patas, a (Raúl) Sendic, el mítico dirigente tupamaro y tenía pocas fotos, (Líber) Seregni, fundador del Frente Amplio. Y un ‘lulita’.”

Dos vidas, una causa

Mujica y Lula compartieron mucho más que la militancia política: fueron presos políticos que enfrentaron dictaduras y todo el odio de los sistemas represivos de sus países. Pero aún más importante, ambos emergieron de ese encierro fortalecidos para convertirse en líderes históricos de sus pueblos.

Mujica fue detenido por primera vez en 1964 tras participar en un robo a un depósito en Montevideo, acción que formaba parte de la estrategia del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros para financiar su lucha armada contra un sistema político cada vez más violento y autoritario. Aunque logró fugarse de prisión en 1972, luego pasó más de una década -desde agosto de 1972 hasta marzo de 1985- encarcelado bajo la dictadura militar uruguaya, en condiciones durísimas que marcaron su vida y pensamiento político.

Lula da Silva y José Mujica, en uno de sus últimos momentos juntos.

De manera paralela, Lula comenzó su camino en la política en las fábricas de São Bernardo do Campo, en los suburbios obreros de San Pablo, donde trabajaba como obrero metalúrgico. La detención y tortura de su hermano, militante del Partido Comunista Brasileño, fue un punto de inflexión que lo llevó a asumir un papel activo en el sindicalismo. En 1980, durante la dictadura militar que derrocó a João Goulart, encabezó una huelga histórica que reunió a más de 300.000 trabajadores. Fue detenido y acusado de “desorden público” por un tribunal militar, aunque la condena fue anulada posteriormente. Décadas después, en 2018, Lula volvería a la prisión en una causa judicial señalada internacionalmente como un ejemplo paradigmático de lawfare, el uso del sistema judicial para persecuciones políticas.

De la prisión al poder

Tanto Mujica como Lula construyeron sus carreras políticas desde abajo, cimentadas en la lucha social. Pepe, quien ostentaba el título de haber sido «el presidente más pobre del mundo» fue jefe del Estado uruguayo entre 2010 y 2015, mientras que Lula ocupó el Palacio de Planalto de 2003 a 2011, y tras un prolongado camino de resistencia, regresó a la presidencia en 2023.

En un momento de auge progresista en la región, ambos líderes impulsaron políticas de inclusión social, ampliación de derechos y fortalecimiento de la soberanía nacional dentro de sus países. Y fuera, apoyaron los proyectos de integración latinoamericanos y sudamericanos que primaban en esa época.

Pero su vínculo, además de político, fue personal. Se abrazaron en cumbres del Mercosur y en reuniones del Foro de São Paulo. Mujica visitó a Lula durante su detención en Curitiba y, años después, lo recibió en Montevideo tras su liberación.

Curiosamente, previo a la causa Lava Jato, Pepe se adelantó a un fenómeno que irrumpió en América Latina y que tuvo en Lula su primer gran blanco. Advirtió que se venía «la cuarta ola de extrema derecha». «Lula va a tener que pelear con una derecha que está queriendo destruir el país fomentando una crisis irracional. La derecha no quiere a Lula y al PT porque rechaza la necesidad de que haya que repartir aunque sea un poco», reflexionaba tempranamente Mujica en 2016.

Lula nunca lo olvidó y a finales de 2024, cuando ya había logrado volver al poder, condecoró al ex presidente uruguayo con el Gran Collar de la Orden Nacional del Cruzeiro do Sul, la máxima distinción que otorga Brasil. Ariel Goldstein, autor del libro titulado La Cuarta Ola sostiene que ambos se reconocían como referentes éticos y políticos y, por eso, le entregó la distinción «como homenaje a su trayectoria y su compromiso con la democracia y la justicia social”.

“Un hermano no se escoge, una madre tampoco, pero un compañero, sí”, dijo cuando lo presentó. Para Pablo Cohen, en consecuencia, no hay dudas sobre que se trató de un vínculo especial, que sobrepasó lo meramente político: “Lula confiaba en Mujica más que en ningún otro presidente del mundo. Nunca tuvo un amigo así en la política mundial. Y para Mujica era un hermano. Eso tiene que ver con la confianza, con la hermandad y con el cariño.”

El afecto y respeto entre ellos siempre fueron visibles. Pepe no escondía su cariño: ”Es un amigo de muchos años. De lo mejor que he encontrado en esta sufrida nuestra América”. Y, esta semana, Lula lo despidió sin esconder sus lágrimas y definiéndolo como la persona más extraordinaria que había conocido: “Él es el compañero que yo escogí”. “Conozco mucha gente, conozco muchos presidentes, conozco muchos políticos, pero ninguno se iguala a la grandeza del alma de Pepe Mujica”, concluyó.

El final

Mujica finalmente se fue el martes por la tarde cuando Lula se encontraba en la otra punta del mundo, en China participando del IV Foro Ministerial China-CELAC. Las primeras expresiones públicas de pesar por parte del mandatario brasileño no se conocieron hasta pasadas las 22 horas de Argentina. No está claro si aún no se había enterado del paso a la inmortalidad de su amigo y colega, o si el impacto y la tristeza le impidieron expresarse de inmediato. Pero sus palabras posteriores no dejaron deuda sobre su vínculo.

“Quien tuvo amistad con Pepe Mujica sabe que es muy difícil encontrar dos o tres personas en el mundo con el carácter de él, con la dignidad de él, con la postura de él”, dijo Lula entre lágrimas al enterarse de su fallecimiento. Lo lloró como otros líderes políticos, pero más como su amigo y compañero de lucha latinoamericano. Porque la partida de Mujica marca un paso más hacia el final de una época, de una forma de hacer política, de una forma de inspirar a las sociedades que incomodó a los poderosos y conectó con millones. 

ElDestape