Pasó San Valentín, y con esa sensible conmemoración, afloran cientos de historias del corazón. Amores relevantes y famosos, que resaltarán a personajes que luego serán nombres de calles, escuelas, barrios, plazas y hasta ciudades pero que, en determinados momentos de sus reconocidas vidas, hicieron indefectiblemente una pausa para bajarse del bronce impoluto en que la Historia los ubicó y poder sentir el infernal calor arrollador de las sábanas que Cupido les tendió.
Historias de carne y hueso que abrazan a mujeres y hombres, constituidos en fuego y pasión, para luego convertirse en leyendas. En fin, “como la vida misma”. Historias del pasado consagradas en medio de la pacata formalidad, pero también “secretas” tropelías de alcobas que los involucrados pretendieron dejar en el cajón de la prudencia, aunque sabiendo también que nunca podrán escaparse de la vigilante mirada de aquel atento vecindario que insoslayablemente los convertirá en rumor y sentencia. Lo decíamos: como la vida misma.
Hoy: Laureana, Mercedes, Dolores, Margarita y Remedios, las constructoras legendarias de la bandera libertadora. Versión “biografías autorizadas”.
Hay otras biografías (no tan autorizadas), que en breve comentaremos para que se enojen (y rabeen) algunos “puristas” y se deleiten desde la sanguínea y mundana “chusma” que delira con el programa Intrusos hasta los cool “spinetteanos”, fans de los sunsents entre viñas y frescos vinos rosé.
Laureana, la joven que cautivó a Olazabal
Una muy buena amiga de Remedios Escalada fue Laureana Ferrari (1798 – 1870). De más estaría decir que el padre de Laureana, Joaquín Ferrari Loayza, era un patriota de la primera hora. Sus contribuciones habían ayudado enormemente a la gesta sanmartiniana, y la predisposición por la causa criolla de Don Joaquín hizo que rápidamente creciera una buena relación, y de mucha confianza, con San Martín. Fue precisamente la casa de los Ferrari, el lugar donde San Martín se encontraba como huésped, casi cotidianamente. “Un matecito, Jefe”, era una expresión habitual con la que los criados de los Ferrari recibían al General.
El hogar de los Ferrari era también uno de los sitios habituales de las famosas tertulias sociales de Mendoza. Don Joaquín Ferrari estaba casado con la aristocrática María Thomasa del Rosario Salomón Baca de Castro (familia de empresarios mineros en Chile). Y será en esa casa donde aquella noche de navidad de 1816, San Martín comprometerá a las históricas “patricias mendocinas” para confeccionar la bandera del ejército libertador.
Pero también esa cena conllevó un momento romántico. San Martín solicitó personalmente, en esa sobremesa navideña, la mano de Laureana Ferrari a los padres de la señorita en nombre de su joven oficial Manuel Antonio Olazábal San Pedro Lorente y Lama. La actitud celestina de San Martín concluirá con un casamiento entre Manuel y Laureana, el 2 de agosto de 1819, convirtiéndose posteriormente el General en el padrino del primero de los hijos del matrimonio. “Espero que mi oficial no me vaya a dejar mal y que en el matrimonio sea tan corajudo como en los rodeos de toros”; así habría cerrado el brindis San Martín. Del amor de Laureana y Manuel, alias “el torero” (por sus virtudes demostradas en las corridas taurinas realizadas en las plazas de Mendoza), nacieron 14 hijos.
Mercedes, la estudiante porteña
Mercedes Álvarez Morón (1800 – 1893), una mendocina que de jovencita será enviada a Buenos Aires, precisamente a la casa de su tío Juan Bautista Morón (hermano de Bruno Morón; ambos destacados militares de la gesta libertadora sanmartiniana), para concluir sus estudios superiores. Fue además en la capital porteña donde Mercedes Álvarez conocerá a Remedios de Escalada de la Quintana como consecuencia de la buena relación existente entre sus respectivas familias. Es más, y como una anécdota paralela, será en aquella noche de tertulias y danzas, en la aristocrática casa de los Escalada de la Quintana, donde San Martín conoció a Remedios. Obviamente, los Morón (como toda la alta sociedad porteña) estaban presentes. Fue esa la noche en donde San Martín exclamó a sus camaradas, refiriéndose a Remedios: “esa mujer me ha mirado para siempre”.

Hasta tal punto llegaba la buena relación entre ambas familias amigas (los Álvarez Morón y los Escalada), que cuando Remedios siguió los pasos de su marido, San Martín, para que éste ocupara el cargo de la gobernación cuyana, Mercedes la acompañó en su viaje a Mendoza.
Ya otra vez en Mendoza, Mercedes conocerá al comerciante y empresario Tiburcio Segura, perteneciente a una tradicional y distinguida familia mendocina, con quien contraerá enlace. Morirá con 93 años. Será la única de las damas patricias que volverá a ver la Bandera de Los Andes, que ellas habían colaborado a confeccionar, considerando que la bandera tras la campaña libertadora recorrió un largo periplo antes de ser regresada a Mendoza.
Dolores, la viuda que se escapó de Chile
Tras la trágica derrota de Rancagua (1 y 2 de octubre de 1814), lo que determinó la recuperación de los realistas españoles de Chile, se producirá un fuerte éxodo de patriotas independentistas hacia Mendoza. Una de aquellas protagonistas de esa desesperada huida fue Dolores Prats de Huisi (1775 – 1834), oriunda de Valparaíso.
Le tocó cruzar Los Andes sola, con sus hijos a cuesta. Su marido, un millonario hacendado de Talcahuano, fue torturado y asesinado tras la batalla. Dolores se alojará en la casa de los Ferrari y, según las crónicas, será la bordadora de la bandera del ejército sanmartiniano. Tras la victoria de Chacabuco regresó a Chile, donde falleció en 1834.
Antes de morir había donado gran parte de la fortuna heredada a una congregación religiosa, dejando expresamente solicitado que todas las obras de caridad realizadas por la colectividad debían resaltar la consigna: “Todo te lo debemos a ti, mi inolvidable amor”.
El conocido barrio “La Estanzuela” de Godoy Cruz en realidad tiene como nombre oficial: “Barrio Dolores Prats de Huisi”, aunque en la jerga popular se lo identifique y reconozca como “La Estanzuela”.
Margarita, “la pituca”
Margarita Corvalán (o Corbalán) nació en Mendoza cuando comenzaba el siglo XIX. Era hija de Domingo Rege Corvalán y de Manuela Sotomayor. Ambas familias (los Corvalán y los Sotomayor) junto a otra rama tradicional de Mendoza: los Martínez de Rozas, compondrán “las casas reinantes” de la provincia, cuyas historias y herederos por estas tierras datan de finales del siglo XVI y principios del XVII.
Los Corvalán fueron de esas familias muy ligada a la historia sanmartiniana y al nacimiento de la independencia. Por ejemplo; Manuel Corvalán, hermano de Margarita, será quien trajo a Mendoza la noticia, desde el mismo cabildo de Buenos Aires, de la constitución de la Primera Junta de Mayo y fue quien acompañó a la propia Remedios (como guía y custodio) en su primer viaje de Buenos Aires a Mendoza (aquel viaje, ya mencionado, donde también venía Mercedes Álvarez).
Margarita se casó en 1827 con Luis de San Pedro Anzorena de Montes de Oca, e inmediatamente emigrarán a Chile por cuestiones políticas, donde ella murió muy joven y sin hijos.
Luego Anzorena de Montes de Oca, al muy poco tiempo de viudo, rehízo su vida. Encontró otro amor a la vuelta de esquina.
Remedios, la incomprendida
La madre de Remedios nunca bancó a San Martín. Es que ese “soldadote plebeyo” como ella lo trataba en su rol de suegra, no le gustaba para nada. No podía entender cómo ese morocho nacido en Yapeyú, sin una gota de abolengo, con una aberrante tonada andaluza, pudo haber conquistado a su refinada hija. “Por favor, Remedios. No lo vas a comparar a San Martín con Gervasio”, podría haber sido el reproche de la madre a su hija.
¿Y quién era Gervasio? Lo cierto fue, aunque parezca una novela, que Remedios estaba comprometida con Gervasio cuando apareció San Martín. El deseado novio querido por Tomasa era Gervasio Antonio Josef María Dorna, hijo de un millonario comerciante y hacendado español.
Gervasio había tenido una valiente participación defendiendo a Buenos Aires en las invasiones inglesas descubriendo en las milicias su verdadera vocación. El muchacho no quería saber nada con los comercios y los campos de su padre. Había encontrado en las armas su verdadera pasión y en paralelo descubrió su otro amor: Remedios.

Pero ante la aparición de San Martín y la fascinación de Remedios por el militar llegado de Europa, el pobre Gervasio quedó desconsolado. Remedios dejó todo por San Martín; su compromiso, los consejos de su madre, y hasta “los buenos modales”. Quedó deslumbrada. Además, el galante San Martín, hasta sabía bailar el vals, la nueva música europea que venía llegando a América y que sin ningún tipo de pudores se danzaba con ambos bailarines abrazados, tomados juntos de la cintura. José “Cholo” San Martin: guitarrero, admirador de filósofos griegos, humanista visionario y bailarín de música lenta. Un combo irresistible para la joven Remedios.
Gervasio se sentía humillado. Entonces, partirá acompañado solamente por su negro esclavo Florentino hasta Potosí para sumarse al ejército de Belgrano. Recorrió despechado los 1.600 kilómetros que separan al puerto de Buenos Aires con Jujuy, donde encontró al creador de la Bandera Argentina que llevaba adelante la segunda expedición al Alto Perú. Gervasio Dorna estaba abatido y con una enorme pena. Belgrano, conocido de su familia, lo nombró como su ayudante de campo. Don Manuel, le debió haber contado también sus propios desamores con la más grande de las hermanas Ezcurra (por Josefa, su amor prohibido; hermana de Encarnación, la esposa de Rosas), y como para consolarlo, seguro tiró la típica frase: “A todos nos pasa. Así es el amor”.
Gervasio no lo podría entender; “se quería morir”, y pareciera que lo buscó. Había viajado meses para terminar muriendo en la batalla de Vilcapugio (1 de octubre de 1813). En conclusión: Gervasio falleció escapando de un desamor. Y aunque parezca “cosa e’ mandinga”, de “desconsuelos y frustraciones hasta el fin / también se vale San Valentín”.
MDZ