Imaginemos una historia distópica. En un departamento no demasiado sofisticado de la Ciudad, en un barrio de clase media venida a menos, un hombre roto enfrenta una profunda depresión. Tan hondo es el pozo de oscuridad en el que cayó que empieza a tener lo que algún especialista llamaría una alucinación: cree recibir visitas del mismísimo Dios, que le asegura que su “misión” es ser Presidente en tan sólo tres años. Su hermana, que en aquel momento mezcla la venta de tortas caseras con sus habilidades como médium y tarotista para intentar llegar a fin de mes, le da rienda suelta a esa teoría. Entre los dos suman nula experiencia política, y no tienen ni los medios ni los contactos para enfrentar una campaña nacional. Sin embargo, tres años más tarde ahí están. Los hermanos llegan al lugar que “el Uno” les había profetizado.

Quizás a esta altura alguno habrá advertido que, aunque contiene piezas sobrenaturales, la historia de los Milei no es para nada de ciencia ficción. Sin embargo, para la principal fuerza opositora parecería que sí lo fuera. Parecería que lo recién narrado, el ascenso meteórico de un economista marginal que se dedicaba a hacer pasos de comedia en los programas de la tarde mientras su hermana competía en la TV para ver si en una de esas podía cambiar el televisor, no hubiera existido jamás. Esa es la sensación que queda cuando se ven las listas que presentó Fuerza Patria para estas elecciones. Como si el acontecimiento sin precedentes que sucedió en 2023 jamás hubiera pasado.

La lista de reglas escritas en oro de la política que rompió La Libertad Avanza son demasiadas para esta nota, pero van algunas de las más salientes.

–                  No se puede hacer política sin militantes ni dirigentes propios.

–                  No se puede hacer política sin un aparato.

–                  No se puede hacer política sin territorio o sin copar “la calle offline”.

–                  No se puede llegar al poder sin antes hacer el cursus honorum de la política. Las sociedades no votan proyectos no probados en la batalla, candidatos que antes hayan sido gobernadores o pasado por algún lugar destacado de la función pública.

–                  No se puede gobernar en minoría en ambas cámaras.

–                  No se puede gobernar sin intendentes, gobernadores, sindicatos o movimientos sociales propios.

–                  No se puede gobernar haciendo un ajuste feroz.

–                  No se puede gobernar haciendo del ajuste feroz tu principal bandera política.

–                  No se puede gobernar sin buscar construir una mayoría, aceitada con una chequeara abierta para los aliados.

Estas son algunas de las máximas de los manuales de la política que se quemaron desde 2023. ¿Qué hacía el peronismo mientras tanto? Además de completar un gobierno que decepcionó hasta a los propios, se encargaron de alimentar al fenómeno Milei. No es una metáfora: tal cual fue relatando esta revista -y luego confesaron varios de sus protagonistas-, los herederos del General Perón se ocuparon de financiar a La Libertad Avanza, de darle ayudas logísticas, cuidarle las boletas el día de la elección, e incluso de ponerle candidatos allí donde no tenían. La premisa que movió a estos modernos Victor Frankestein era dividir el voto opositor para intentar lograr así un triunfo en la primera vuelta. Sin embargo, todo ese castillo de naipes partía de una premisa errónea: la idea de que Milei sacaba más votos de la pecera del entonces Juntos por el Cambio que del peronismo.

Esa jugada fue, más que un error, la comprobación de que el peronismo había dejado de interpretar correctamente al espíritu de la historia. Cuando vieron a Milei encarar de frente y a toda velocidad contra todas esas máximas de la política se rieron de él y lo tildaron de “fenómeno barrial”.

El cierre de listas para los diputados y senadores nacionales del peronismo sirve como muestra para ver que aprendió el principal espacio opositor en los dos años que transcurrieron desde aquella derrota. Y la respuesta es desoladora.

En principio, ni el más entusiasta militante de Fuerza Patria puede contestar con convicción y contundencia que separa a este espacio del extinto Frente de Todos. De hecho, las únicas dos diferencias entre uno y otro fueron impuestas por un agente externo, la Justicia: la condena a CFK la dejó afuera de la cancha, mientras que la causa por violencia de género que pesa sobre Alberto Fernández lo terminó de llevar al ostracismo. La aparición de Guillermo Moreno, la única novedad del mercado de pases del peronismo, quedó diluida hasta el fade out y sin el ex secretario de Comercio en la boleta.

Entonces, sacando el rechazo a Milei de la ecuación, ¿qué es lo que llevaría a un votante, ajeno al peronismo, a elegir a Fuerza Patria? ¿con qué argumentos convencería a un no convencido?

Los candidatos, está claro, no lo son. Una parte importante de la sociedad parece haberle dicho basta a las mismas caras y apellidos de siempre. Alguno dirá okey, pero atrás de Milei están Patricia Bullrich, Daniel Scioli, Diego Santilli, Cristian Ritondo o los Menem, ilustres exponentes de la casta más conspicua. Sin embargo, el orden de los factores altera el resultado: el votante promedio de LLA elije apoyar a Milei, más allá de quien sea su candidato. Y, guste o no, el hombre roto que cree llevar adelante un plan divino es, para mucha gente, aire fresco en la política.

Frente a eso Fuerza Patria presenta una idea revolucionaria: una lista plagada de sindicalistas y políticos de larga data. Por si fuera poco, muchos de ellos son los mismos sindicalistas y los mismos políticos que vienen ocupando un cargo o una banca desde principios del milenio. Jorge Taiana, Mariano Recalde, Martín Soria, Jorge Capitanich, Silvia Sapag, José Emilio Neder, y el íntimo aliado de Milei, el tucumano Osvaldo Jaldo, por nombrar sólo a algunos de los que encabezarán las boletas por el país. Aunque varios de los recién mencionados son personas probas y con capacidad de trabajo, todos comparten un denominador común: largos años en la política. Décadas incluso. Como si fuera poco, varios de ellos son “delegados” de los grandes referentes del espacio, que se convencieron de que es mejor escapar a las boletas y mandar a sus subalternos.

De más está decir, la falta de renovación en las listas es sólo la aparición en la superficie de un problema mucho más profundo. Y ahí está el quid de la cuestión: es más fácil lograr una charla con Conan en el más allá que entender cuál es la propuesta del peronismo para el futuro de Argentina. Si no enamora con los nombres, ¿puede el peronismo enamorar con las propuestas?

Ahí la cuestión se pone aún más espesa. Es que los discursos de los principales referentes -por nombrar dos casos, Máximo Kirchner y Axel Kicillof- mezclan nostálgicas rememoraciones al 2004 con consignas que para muchos votantes son tan lejanas como la luna. “Volver a generar empleo”, “un Estado presente”, “recuperar derechos perdidos” son consignas atractivas pero son eso: consignas. Con los sloganes no se come ni se cura ni se educa, como le demostró a muchos la turbulenta experiencia del último gobierno peronista. Los recuerdos de los logros del 2004 son, para todos aquellos que no peinan canas y que nunca fueron a un recital del Indio Solari, un pasado tan lejano como la presidencia de Sarmiento. En el 2027 votarán los nacidos en 2011, que de los gobiernos kirchneristas no tienen ni la más remota memoria.

El que quizás sea el único que se animó a componer algo parecido a nuevas canciones -reforma agraria, expropiación de La Rural, la violencia física como un método legítimo de defensa contra el actual Gobierno, por citar algunas- fue Juan Grabois. Pero su espíritu encendido y su proclama transformadora parecen chocar una y otra vez con la misma pared: una llamada, en este caso de teléfono, de Cristina Kirchner. En el 2023, cuando amenazaba con ir por afuera, la ex presidenta lo contuvo con unas PASO, en la cual ella abiertamente se inclinó por quien unos años atrás había prometido meterla presa.

Dos años después la historia se repite, y como burla. Después de un raid mediático de ínfulas morales contra el tigrense y su espacio, que incluyó un durísimo cruce con su cuñado Sebastián Galmarini, Grabois terminó en la lista junto a… Sebastián Galmarini.

Entonces, ¿qué es lo que aprendió el peronismo desde el triunfo de Milei? ¿Qué novedades incorporó? Parecería que muy poco o directamente nada. De hecho, lo que más le ofreció este espacio a sus votantes y a la sociedad en este lapso fue una interna constante y palaciega, una pelea de poder que ni siquiera tuvo el coraje de ser llevada hasta sus últimas consecuencias y a la que ahora se sutura con parches a presión. Esta intriga gris esconde esa realidad mucho más preocupante: como al peronismo se le rompió la antena que lo hacía conectar con el espíritu de la época -en los cincuenta con el Estado de Bienestar, en los setenta con el espíritu revolucionario, en los noventa con el consenso de Washington y en los 2000 con la ola patria grande- la pulseada y la pelea con los cargos parece haber sido un repligue táctico al último lugar en el que sus integrantes se mueven con comodidad. Es más fácil tirarse empujones con el de al lado que intentar imaginar y construir un futuro alternativo. Para lo primero con el enojo y las ambiciones personales alcanza, para lo segundo se necesita mucho más que eso.

Milei, entonces, triunfó por varias razones, en especial por los más de 200 puntos de inflación que dejó el último gobierno. Pero también jugaron otros factores: roto, violento, inestable y místico, sus votantes tradujeron todo eso como una oferta nueva. Distinta. Alguien tan convencido de sus ideas -con una honestidad brutal tal como para proponer la compraventa de órganos o de niños- que logró contagiar. Crear eso que los analistas llaman “relato”, la idea de que hay un norte al que se puede llegar. Y ese objetivo es fácil de entender y parece posible, y por eso hasta candidatos insólitos como la otrora novia ficcional de Ricardo Fort, una ex modelo playboy o uno de los entretenedores de Neura se convierten en opciones electorales potables.

Milei conectó con este particular momento histórico. Y, aunque para muchos puede ser malo o incluso ficcional, el libertario tiene un futuro para ofrecer, uno por el que además literalmente promete dejar la vida. Aunque parece ser cierto que algunas reglas de oro no cambian –como que las elecciones las ganan o pierden los oficialismos- el peronismo parecería no tener nada nuevo para ofrecer. Las listas para este año, que parecen profetizar un futuro igual de gris para la gran pelea dentro de dos años, lo vuelve a demostrar. Quizás lo único que les quede es el pasado por delante.

 

 

 

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