La idea de que el vino pierde todas sus virtudes apenas se abre es una verdad a medias. Si bien el oxígeno es el principal factor que altera esta bebida, su efecto no es inmediato. Cuando el aire entra en contacto con el vino comienza la oxidación, un proceso químico que, con el tiempo, degrada su sabor, aroma y calidad.

Este deterioro no sucede al instante. Su velocidad depende del tipo de vino y de las condiciones de conservación, pero en promedio, puede tardar entre 4 y 7 días en arruinarse por completo. Sin embargo, esta pérdida es evitable si se aplican cuidados simples.

El primer paso es volver a tapar la botella. Utilizar el corcho original es la medida más rápida y sencilla: no detiene la oxidación, pero sí la ralentiza. Si el corcho se perdió, se puede reemplazar por otro de cualquier botella, incluso si no encaja a la perfección.

Lo ideal, sin embargo, es usar tapones de silicona, que vienen en distintas calidades y modelos, desde los más básicos hasta los que controlan la oxidación. Entre estos últimos se encuentran los tapones de vacío y los sistemas de preservación con gas inerte, como nitrógeno o argón.

Los tapones de vacío extraen el aire del interior de la botella, ralentizando la oxidación aunque sin eliminarla por completo. En cambio, los sistemas que emplean gases inertes crean una verdadera barrera protectora sobre la superficie del vino. Al ser más densos que el oxígeno, estos gases desplazan el aire dentro de la botella y evitan el contacto directo con el vino, retrasando la pérdida de aromas y previniendo la formación de compuestos que generan notas avinagradas.

La refrigeración es otra gran aliada, incluso para los tintos. Guardar el vino en la heladera ralentiza las reacciones químicas y la actividad microbiana que pueden alterar su sabor. A la hora de servir, basta con dejarlo a temperatura ambiente durante 15 minutos para que recupere su temperatura ideal.

Además del oxígeno, la luz directa y el calor aceleran la degradación, por lo que es clave conservar la botella en un lugar oscuro y fresco, como la heladera o una despensa, para proteger sus aromas y sabores.

No todos los vinos reaccionan igual ante la oxidación. Los blancos ligeros, los rosados y los espumosos son más vulnerables: sus perfiles frutales y, en el caso de los espumosos, sus burbujas, se desvanecen rápidamente. En cambio, los tintos, gracias a sus taninos, y los vinos fortificados, con mayor contenido de alcohol o azúcar, resisten mejor.

En definitiva, el impacto de la oxidación no es instantáneo ni universal. Pensar que un vino se arruina en un día es un mito. Conocer el tipo de vino y aplicar cuidados básicos permite disfrutarlo durante varios días sin que pierda su esencia.

 

* Socio fundador de Vinitus

También te puede interesar

por Sebastián Vucassovich

Galería de imágenes


En esta Nota

Opinion: Noticias